Hoy he vuelto a llegar a casa y he tenido esa sensación. Nada podía hacerme pensar que después de tantos meses de lucha, ahora, al reencontrarme con mi gente, me invadiera este vacío que hasta hace poco formaba parte de mis días, pero que ya creía olvidada. Y es que a veces, la razón y el corazón juegan en barajas diferentes y es casi imposible hacer que se unan en el mismo juego.
Cuando somos pequeños, pensamos que no hay nada más protector en el mundo que el abrazo de un padre, y que nada nos va a reconfortar más que un beso de mamá. Y creemos que los nuestros siempre vas a ser nuestro y nunca van a dejar que nadie nos haga daño. Que siempre que los necesitemos, van a estar ahí.
Te acostumbras a darlo todo por ellos, a ayudar, a querer, a hacer que su vida sea más fácil sin pensar en recompensas, pero siempre esperando (de manera involuntaria) que ellos algún día lo hagan igual contigo.
Pero cuando pasan los años, y nos vamos haciendo mayores, la vida nos va dando pequeñas lecciones, que se convierten a veces en duros golpes difíciles de superar. Y por suerte o por desgracia, descubres que ese abrazo, que en su día era lo mejor del mundo, no es suficiente para consolar tu dolor. Que un beso de mamá solo sirve para calmarte, pero no para curarte y…Y también te das cuenta de que quienes creías tuyos y pensaste que nunca permitirían que nadie te hiciese daño, simplemente se limitan a vivir su vida, sin preocuparse lo más mínimo en si tu los necesitas o no.
Te dejan sola. Se les olvida que un día tu eras una de las personas más importantes en su vida, que has estado siempre ahí; se les olvida que los necesitas, que te sientes débil y hundida. Ni siquiera son capaces de acordarse de esa pregunta tan sencilla como: ¿Qué tal estas?, ¿Te encuentras bien?
Y entonces lloras, y te preguntas que has hecho mal durante todos estos años, para que ahora, cuando más necesitas que te apoyen, no están. Y simplemente, no hay respuesta.
Es un vacío tan grande, una decepción inimaginable que te destroza aún más si cabe, y que hace más difícil todavía que te puedas reponer de las heridas que te azotan. Es sentirte vacío, y sin ganas de luchar por nada ni nadie.
Piensas en todo lo que ha pasado y sólo encuentras una palabra para describir lo que sientes: pena.
Da pena pensar que nada va a volver a ser como antes, pena de mirar a esos que un día creíste cerca y darte cuenta de que están más lejos que nunca. Pena de sentir que alguien a quien has querido incluso más que a un hermano, ha decidido olvidarse de ti y de tu dolor por no saber afrontar una situación difícil. Y sobre todo pena, porque ya no está ahí.
Hoy al llegar a casa, he tenido esa sensación. Se me ha encogido el estómago y me ha costado respirar más de lo normal. Hoy he mirado para delante sin la careta que un día me puse y he sentido esa pena, ese vacío que provoca en mí una fuerte presión.
Hoy he sentido que nunca has existido, que no estabas ahí y sin embargo yo siempre he estado contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario